Este no es un artículo en el que se expongan con detalle las claves pedagógicas y metodológicas del aprendizaje cooperativo. Tampoco es un artículo que vaya a detallar las pautas a seguir antes de poner en marcha el AC (a partir de ahora) dentro del aula, ni un exhaustivo compendio de técnicas cooperativas sencillas y cómo implementarlas en el aula, tampoco de cómo las técnicas más complejas consiguen la integración de un altísimo número de alumnos dentro del aula. Por tanto… Este es un artículo inspirado en una especial “metamorfosis” que tanto mis alumnos y yo, como profesor, hemos experimentado desde el momento que comencé a aplicar en el aula la punta del iceberg, el cual supone el conocimiento completamente principiante que tengo del AC.
El curso pasado tuve el placer de contar con unos cuantos alumnos y alumnas brillantes que acabaron por asumir e interiorizar que el trabajo con otros compañeros les enriquecía, y les permitía alcanzar cotas de éxito mucho mayores, que de modo individual era imposible hacerlo, y todo ello sin restar un ápice a su increíble potencial individual. De hecho una de mis alumnas, en su magnífico blog, siempre terminaba sus posts con frases como las siguientes:
“El talento gana partidos pero el trabajo en equipo gana campeonatos”. Michael Jordan
“Los logros de una organización son los resultados individuales del esfuerzo combinado de cada individuo”. Vince Lombardi
“Usted puede diseñar y crear, y construir el lugar más maravilloso del mundo, pero se necesita gente para hacer el sueño realidad”. Walt Disney
“Nunca dudes que un pequeño grupo de personas comprometidas pueda cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado”. Margaret Mead
“El trabajo en equipo es el combustible para el vehículo del logro”. Anónimo.
Soy Vicente Alemany, profesor de Ciencias Sociales en el IES Gabriel Miró de Orihuela, desde hace ya unos cuantos años, y desde tan sólo tres cursos soy un firme convencido de que el aprendizaje cooperativo es una de las claves para promover un verdadero cambio dentro de las aulas. El siguiente artículo, por tanto, a modo de diario, trata de cómo descubrí el AC, mis errores iniciales (y actuales) y de cómo el trabajo en equipo ha contribuido a cambiar por completo mi relación con mis alumnos y lo que es más importante, la relación entre ellos.
Primera parte: el descubrimiento.
Cuando hace ya tres cursos decido poner en marcha mi visión de la “clase al revés”, descubro que en todas las referencias con las que doy en la red, tienen un mar de elementos en común, más allá del uso del vídeo. Me estoy refiriendo al modo en el que los alumnos se relacionan, agrupan y organizan dentro del aula, una vez se han revisado dudas y cuestiones, y llega el momento de aprender aplicando lo visto y trabajado con anterioridad. Esa organización de los alumnos en el aula corresponde, como se puede imaginar el lector de este artículo, al trabajo en grupo, o mejor dicho, al trabajo en equipos cooperativos. Personalmente, hace tres años, yo no tenía ni idea de si este matiz era importante o no. Pues sí, sí que lo es y mucho.
No le di mucha importancia a esta cuestión, ya que consideraba que no debía ser muy difícil hacerlo. ¿Quién no ha puesto a trabajar a los alumnos en grupo para que hicieran una presentación o una pequeña investigación para luego exponerla en el aula de cara a toda la clase? De hecho, hace tres años, sin conocer a los alumnos, utilicé la mejor manera que se me ocurrió para organizar y poner en marcha y a trabajar a mis alumnos: por orden de lista. Bueno, en realidad, había otra opción, que no era mucho más recomendable, más bien al contrario. Me refiero a que hubiese pronunciado las palabras mágicas: “Podéis formar los grupos vosotros mismos”. Imagino que no quería dejar de tener el control sobre la situación, ya que en última instancia era yo el que “mandaba” como profe dentro del aula.
La tómbola del apellido hizo que los grupos en algunos casos “funcionasen” y en otros no. Aquellos primeros meses fue un auténtico calvario dar con la tecla de un trabajo en equipo que además debía realizarse en el aula: yo supervisaba ese trabajo, lo intentaba gestionar con gran dosis de voluntarismo. Pues bien, pese a todo, el trabajo se iba realizando, pero de ahí a hablar de trabajo “cooperativo” va un abismo.
Como Coordinador de Formación de mi centro, tengo como función gestionar las demandas formativas del claustro del IES Gabriel Miró. En este sentido tuve suerte: del departamento de Orientación salió una demanda a cubrir, que contó con el respaldo de un número suficiente de compañeros, para que solicitase dentro del Programa Anual de Formación, una respuesta formativa asociada a la “Introducción al Aprendizaje Cooperativo”. A partir de ese momento me puse en contacto con Marena Navarro, ponente experta en AC y ABP, que tuvo a bien ser la ponente de un curso de formación de 15 horas sobre esta materia. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido a Marena por su esfuerzo, dedicación y los recursos que nos ofreció para, ahora sí, adentrarnos en el AC. Así comencé a entender varias aspectos clave del AC, pero sobre todo, tomar nota de errores y mala praxis.
La primera, llegaba algo tarde, pero todavía podía rectificar sobre la marcha. Antes de poner a organizar a tus alumnos en grupos de trabajo cooperativo, tienes que conocerlos y tienen que conocerse. Ni que decir tiene que organizar a los alumnos por orden de lista no es lo más recomendable. En segundo lugar, el AC, es mucho más y mucho más complicado, pero no por ello imposible, que poner a 4 o 5 alumnos a hacer “cosas juntos”. Los principios esenciales del AC, a saber, la interdependencia positiva, la responsabilidad individual, el apoyo mutuo, la interacción social y el pequeño grupo cohesionado, comenzaban ya a dar vueltas en mi cabeza. Nada bueno por entonces: casi nada de lo que estaba haciendo se parecía al AC. Pero Marena, además, dejaba claro que el AC no llega de la noche a la mañana, no podemos “volvernos locos” y a partir de ahora todo en cooperativo. Además, el AC, a parte de llevar su tiempo, implicaba un ritmo más lento en el aula, especialmente muy a tener en cuenta, cuando nuestro objetivo es cumplimentar con un temario. De todos modos, lo que más me sorprendió de lo aprendido era el hecho, de que pese a las salvedades comentadas, al día siguiente de conocer el “folio giratorio” ya lo estaba llevando a la práctica..
Y… ¡funcionaba! Tras una breve explicación los alumnos comenzaron un intenso repaso al período final de La Restauración entre 1902 y 1923. Otras técnicas sencillas comencé a aplicarlas en el aula, pudiendo comprobar dos cosas: la facilidad de llevarlas a cabo, y en segundo lugar su eficacia. Una eficacia entendida como un aprovechamiento del tiempo de aula, una mayor interacción entre los alumnos y un papel del profesor más claro dedicado a intervenir, a aclarar y a resolver cuando fuera necesario en la dinámica del trabajo en el aula.
Segunda parte: la confirmación.
Tras los oportunos ajustes que pude llevar a cabo gracias a las líneas maestras que Marena nos mostró, el curso concluyó con una sensación de que sin duda… “había eliminado algunos problemas en el aula, pero me había creado otros”. Por supuesto, que una de las lecciones que había aprendido, es que “ésto del cooperativo” es mucho más complejo y requería de un esfuerzo por mi parte, de seguir investigando, leyendo, descubriendo experiencias y aplicaciones en el aula de este tipo de organización interna del alumnado. La frase que definía este momento es elocuente: “Aplicar el AC es rápido. Hacerlo bien, puede llevarte años”. Pero bueno, en algún momento se debía empezar.
El Programa “Cooperar para aprender/ Aprender a cooperar” para enseñar a aprender en equipo. de Pere Pujolás y su equipo de la Universidad de Vic, se convirtió en mi libro de referencia. A partir de ahí, y de otras como David W. Johnson y Roger T. Johnson sobre La evaluación en el aprendizaje cooperativo, o blogs como “Justifica tu respuesta” de Santiago Moll, o el canal de youtube del IES Itaca, comencé a familiarizarme profundizando en el “universo cooperativo”. El problema es que me daba cuenta, de cuanto me quedaba por recorrer.
Pese a todo, mis alumnos acabaron valorando el trabajo en equipo como una de las grandes aportaciones y gratas sorpresas del curso que terminaba…
“Tengo que agradecerte el cambio que he dado durante este curso gracias a esta metodología. En cuanto mencionaste «trabajar en grupo» pensé en no asistir a tus clases siquiera. He tenido la oportunidad de hacer amistades que nunca me habría imaginado y de valorar lo que supone tener a cuatro personas al lado en las que apoyarte.”
Ahora bien, si hay algo que llevaron mal mis alumnos y lo siguen llevando tiene que ver con una “extraña perturbación en la fuerza cooperativa”. ¿Por qué siempre acaba apareciendo algún alumno que no es capaz de asumir su responsabilidad? ¿Por qué siempre acaba apareciendo algún alumno que no es capaz de entender que el éxito del grupo también depende de él y de su contribución al grupo? ¿Por qué siempre acaba apareciendo algún alumno que tiene en jaque a todos sus compañeros ya que espera hasta el último momento o no da señales de vida durante un largo período de tiempo? Éstas y otras muchas inquietantes preguntas surgen en la dinámica del trabajo cooperativo.
Poner remedio a este problema no es fácil, especialmente porque los resultados del grupo, influyen individualmente y viceversa. Los alumnos reciben calificaciones grupales, pero también individuales. Y ésta es la cuestión. El trabajo con sus compañeros debe dar como resultado ser mejores individualmente. En el caso de mis alumnos de 2º de bachillerato, enfrentarse a la prueba individual, pasa por un entrenamiento que se realiza en grupo, es en ese ámbito previo, en el que se aprende a definir, a desarrollar temas o hacer buenos comentarios de textos históricos. Este trabajo previo implica un resultado grupal, idéntico a todos, pero que debe llevar sus individualidades. En mi caso, son los propios alumnos los que evalúan el trabajo realizado por sus compañeros, una coevaluación en la que a partir de unos parámetros introducidos en la rúbrica correspondiente, los alumnos evalúan, su trabajo, su implicación, lo que han aportado, su responsabilidad para con el grupo etc. Y esa rúbrica forma parte del cúmulo de referencias de la propia evaluación. Es interesante comprobar, cómo los alumnos evolucionan en este aspecto. Pasan de “amigos para siempre”, a… “aquí, en clase somos compañeros, fuera colegas”. Es decir, pasan de adulterar dicha coevaluación, o verse tentados a hacerlo, a ser realmente honestos, al calificar a sus compañeros en una segunda ocasión, con un mayor verismo. Un verismo que puedo de algún modo certificar ya que en última instancia, ese trabajo o no trabajo lo veo yo en el aula, y puedo confirmarlo o no. Esta es una de las principales diferencias entre el trabajo en equipo, o mejor dicho trabajos en grupo, y el trabajo cooperativo implementado dentro del aula. Pujolás recomienda incluso, que hay que huir de la calificación grupal, ya que no es justa, y podría esconder injusticias, o incluso camuflar los aprendizajes o disimularlos. Es por ello que en mi proceso de enseñanza/aprendizaje, hay toda una batería de instrumentos que me permiten individualizar la nota comprobando el grado de adquisición individual de conocimiento: los propios videos de edpuzzle, los cuestionarios online, pruebas individuales… De todo ello se deriva lo que un alumno me comentó el año pasado al hilo de si estaban de acuerdo o no con la evaluación grupal. Su respuesta fue: “Si los trabajos los hacemos en grupo, la nota debe ser en grupo, para individualizar la nota ya está el examen, para poner a cada uno en su sitio”. Amén.
Tercera parte: ajustes y desajustes. Y alguna conclusión.
Como ya he comentado anteriormente, sigo aprendiendo, y es mucho lo que debo ajustar si quiero sacarle partido al AC, y éste se convierta en un motor de cambio dentro de mi aula, y especialmente, una forma productiva de aprendizaje, en la que por una parte, los alumnos aprendan más y mejor, y por otro, reduzca, y éste es un aspecto que todavía no había nombrado, el clima de conflictividad dentro del aula.
Con el AC, los alumnos, hablan entre ellos, discuten, toman decisiones, se interrelacionan entre ellos de una manera, que en un ambiente más formal o convencional no se produce. En mis clase asumo el “ruido”, el “jaleo”… sobre todo si lo que provoca dicho jaleo es hablar de historia, solucionar problemas que yo planteo o realizar actividades que implica el necesario diálogo entre los alumnos. Es uno de los costes que estoy dispuesto a asumir. Por otra parte, como ya muchos antes que yo y de manera más extensa y con un mayor conocimiento de causa, el AC permite llevar adelante un auténtico modelo de escuela inclusiva. Intentar integrar a todos los alumnos desde sus potencialidades, pero sin que ello afecte a las capacidades y metas que aquellos que tienen una mayor predisposición al estudio, al aprendizaje, es uno de los grandes retos, que por otra parte, el marco legal nos exige.
En un aula de 30 alumnos, en la que encontramos dos ACIS, un inmigrante con escasos conocimientos de castellano, y tres alumnos disruptivos, veo poco probable alcanzar determinados objetivos académicos, si un profesor quiere atender a las necesidades educativas de cada uno de ellos. En el día a día, intentar la cuadratura del círculo, provocará que acabemos desatendiendo a aquellos que tienen mayor posibilidades de éxito, ya que pensamos que son precisamente los que no pueden, los que más nos necesitan. Y ahí se produce un “cuello de botella” de difícil resolución. El entregar material específico para los ACIS, la ayuda del Departamento de Orientación para el alumno con escasos conocimientos del idioma, y “atar en corto” a los problemáticos, normalmente alumnos repetidores y con escasa motivación para el aprendizaje, pero sí para la diversión, se convierte en nuestro “circo de tres pistas”, que acaba, normalmente en pequeños desastres.
Pero… ¿Qué tal si pedimos ayuda a nuestros alumnos? ¿Qué tal si esos alumnos problemáticos los distribuimos por pequeños grupos en el que se les otorga responsabilidades y tareas específicas? ¿Qué tal si los compañeros explican a otros compañeros lo que no entienden? ¿Qué tal si planteamos tareas grupales cuyo resultado global beneficia a todo el grupo? ¿Qué tal si rompemos con una forma de organizar el espacio grupal que permita a los alumnos interactuar entre ellos?
Esta es la idea. Pero ahora bien, conseguir ésto no es fácil, lleva su tiempo, hay contratiempos, e incluso hay imponderables que el docente debe asumir. Ha llegado, por tanto, al apartado de los reajustes, que yo mismo he de hacer. A saber:
- Hay que crear lo que se conoce como “clima cooperativo”. Paso previo y necesario, ya que si los alumnos no están dispuestas a trabajar y aprender juntos, todo se nos viene abajo. Como dicen los que saben de ésto: “como mucho se conseguirá que un grupo de alumnos hagan cosas juntos, y éso no es AC”.
- Hay que organizar actividades cooperativas, a través de las cuales consigas el aprendizaje, y aunque hay mucho donde buscar, ése es un reto propio del docente, y en este punto, hay que conocer muy bien el funcionamiento del AC, y especialmente las técnicas sencillas, las cuales, cuando funcionan, tus alumnos comienzan a verle el sentido “a ésto del AC”.
- Lanzarse a poner en marcha el AC, pasa por aplicar todos sus elementos, y uno de los que no he hecho uso, debido a la necesidad de ir probando y modificando los grupos, es el del “Cuaderno de equipo”. Auténtica bitácora que permite la autoevaluación y revisión del proceso dentro del grupo.
- Hay un imponderable muy a tener en cuenta. ¿No habéis tenido en alguna ocasión la sensación de… “Vaya tela de clase. No me ha salido nada de lo que tenía previsto. Además he estado más espeso de lo esperado. Un desastre”? Pues bien, ésto en el AC, puede pasarte más de una, dos y tres veces. No por ello hay que caer en el desánimo, sino en la revisión de lo ocurrido, y en aprender de esa experiencia, que es precisamente lo que me está ocurriendo a mi, este curso, con mi aplicación el AC en un curso de 1º de eso.
A modo de conclusión, quisiera recordar algo que nos dijo Marena Navarro: “De repente ahora no todo tiene que ser cooperativo, y querer convertir vuestras clases en grupos cooperativos”. Efectivamente. El AC debe formar parte de “nuestro arsenal pedagógico”, en el cual debemos tener todos los recursos a nuestra disposición que nos permita dar respuestas a las necesidades educativas de nuestras aulas. Creo que cuanto más recursos contemos, más fácilmente podremos dar esa respuesta. El AC, el cual por cierto, se encuentra, en mi caso en el currículo de la materia de Historia de España de la Comunidad Valenciana en el bloque de contenidos del “Bloque 1: Contenidos comunes al aprendizaje de Historia de España”, apareciendo específicamente bajo este epígrafe “Conocimiento de estructuras y técnicas de aprendizajes cooperativo” y el criterio de evaluación que lo desarrolla dice “BL1.6. Organizar un equipo de trabajo distribuyendo responsabilidades y gestionando recursos para que todos sus miembros participen y alcancen las metas comunes, influir positivamente en los demás generando implicación en la tarea y utilizar el diálogo igualitario para resolver conflictos y discrepancias actuando con responsabilidad y sentido ético”. Por tanto, la ley nos obliga a que el docente encaje en su práctica diaria y en la programación de los departamentos didácticos, el AC.
Todo pasa por una palabra clave: FORMACIÓN, y por la voluntad decidida de querer buscar soluciones, para nada mágicas, dentro de nuestro día a día. De momento el AC, me está aportando más satisfacciones y soluciones, que problemas, si bien éstos, existen, y este artículo no intenta “edulcorar” la realidad con el AC, sino dar alternativas.
A modo de apéndice.
Una alumna de 1º de eso de este año me preguntó: “Maestro, ¿cuándo vamos a hacer exámenes en grupo?” Cuando comencé a organizar a mis alumnos de este modo, ya les planteé una actividad similar: ellos mismos deberían diseñar y resolver sus propios exámenes. El objetivo era doble, por una parte, intentar reducir la ansiedad que provoca la palabra examen, restándole trascendencia al hacerles partícipes a ellos de la creación de esa prueba, y en segundo lugar, les obligaba a trabajar juntos en una prueba que a su vez, aprovechando el juego de palabras, les ponía a prueba a ellos o al grupo que recibía el examen que otro grupo había diseñado.
En los últimos tiempos, cada vez más docentes entienden que si el alumno trabaja en equipo, por que no evaluar en grupo, con pruebas a modo de exámenes grupales, sin que ello vaya en detrimento o en la desaparición de la correspondiente evaluación individual.
Por otra parte, la tecnología también nos puede ayudar en este sentido. En mi caso, el uso de todo el repertorio de Google for Education permite el trabajo cooperativo online sin necesidad de estar “físicamente” en contacto. Me encanta comprobar como los alumnos, tanto los de bachillerato como los de eso, no tardan ni una sesión en compartir correos y crear documentos o presentaciones colaborativas. Otras apps que suelo usar, desde tiki-toki, genially, padlet… ya incorporan de “serie” esta fantástica posibilidad. Por tanto, tenemos a nuestra disposición la “extensión online” de nuestro trabajo cooperativo dentro del aula.
Termino haciendo referencia a los increíbles docentes que en la red comparten sus experiencias y sus conocimientos en este ámbito. Es precisamente en las redes, y particularmente en un grupo de Telegram específico de Aprendizaje Cooperativo, en el que cualquier docente interesado en averiguar los entresijos del AC y en caminar en el recurrente camino de la “cooperación”, debe transitar. Partiendo de una simple condición. la voluntad de querer caminar y quizás atreverse a hacer cosas impensables como ésta.

“La torre de espaguetis”. Si quieres que tus alumnos sean un equipo tendrás que demostrarles que en equipo se consiguen cosas que de manera individual no pueden.
Bibliografía
- Pere Pujolàs y José Ramón Lago (Coordinadores)
- Mila Naranjo, Olga Pedragosa, Gemma Riera, Jesús Soldevila, Glòria Olmos, Alba
- Torner y Carles Rodrigo
- EL PROGRAMA CA/AC (“Cooperar para Aprender /Aprender a Cooperar”) PARA ENSEÑAR A APRENDER EN EQUIPO. Implementación del aprendizaje cooperativo en el aula. Universidad de Vic
- DAVID W. JOHNSON; ROGER T. JOHNSON (2014) La evaluación en el aprendizaje cooperativo. Como mejorar la evaluación individual dentro del grupo. Innovación educativa. Ed. SM.
Vicente Alemany. Profesor de Historia y Coordinador de Formación en del IES Gabriel Miró. (Orihuela). Desde el curso 2015-2016 desarrolla en el aula la metodología “flipped classroom”, junto con el aprendizaje cooperativo y en el presente curso el aprendizaje basado en proyectos. @vialap69